Homenaje a mi Padre

Decidí escribir un artículo en homenaje a mi amado Padre, y me lo tomo primero como una forma de agradecerle a él la vida que me dió. También es una forma de rescatar todo lo positivo que él ha generado en mi vida, todos esos rasgos que tengo y que son espejos del modelaje paternal que recibí durante mi infancia y adolescencia.
Para comenzar me declaro a mí mismo, un rebelde, con y sin causa, en momentos de lucidez y en momentos de confusión. Y la primera persona con la que me rebelé, fuiste tú. Ahora a mis 33 años, veo que lo hice en esos momentos como una forma de sentirme dueño de mis decisiones, pero en un acto de sinceridad, lo hice también para decirte, mírame aquí estoy. Quería simplemente llamar tu atención, y sentir que me aceptabas.
A veces es difícil reconocer que lo que en verdad queremos es amor. Y es tan fundamental esta necesidad humana, de sentirnos conectados al amor, a través de quienes nos lo enseñaron y mostraron desde nuestro nacimiento. Siento que es hasta más importante que el mismo aire que respiramos, y que por variadas razones, no siempre logramos sentir esa conexión.
Esta desconexión que tuve por muchos años en relación a tí, me hizo sentir en muchos momentos, soledad. Una soledad vacía que me costaba comprender, y me engullía en angustia, tristeza y rabia. Sentir que estás siendo rechazado por la persona que te dio la vida, es un símil al suicidio, a perder toda esperanza de vida, a perderse a sí mismo, encontrando poco significado para mantenerse de pie y seguir hacia adelante.
Aunque dicen que la naturaleza es sabia y nos da justo lo necesario para crecer y aprender, me hubiera gustado sentir que estabas de mi lado, en esa edad en la que más lo necesitaba. Cuando poco o nada entendemos del mundo, y en vez de sentirte como mi enemigo, sentir que con amor me enseñabas a tener coraje, a confiar en mí mismo, sin importar las dificultades que vinieran. Simplemente no te puedo puedo culpar, ya que te esforzaste trabajando de domingo a domingo, para darnos a mi y mis hermanos, la mejor vida posible, con las mejores posibilidades y siempre dándonos la oportunidad de elegir qué era lo mejor para nosotros, sin ser impositivo ni controlador.
Tengo un espíritu de guerrero, fuerte y sabio, y eso me ha llevado hasta el hombre que soy hoy. Y te agradezco que hayas sido como fuiste. Ahora me doy cuenta que si me hubiera gustado sentirme aceptado, que me lo hubieras hecho saber, que mis decisiones eran válidas para tí y que las respetabas. En vez de criticarlas o juzgarlas. Al final, hoy, puedo ver que lo has hecho, hemos madurado juntos como Padre e Hijo, y puedo decirte estas cosas a la cara.
Un gran amigo y mentor espiritual, me dijo una vez; “La aceptación es la llave para la felicidad”. Y esta frase que me acompaña desde ese entonces, me ha dado fuerza, ánimo y despertado en mí, un sentimiento interno de compasión por los demás. Y es esta práctica de la aceptación la que me lleva a escribirte hoy, honrarte en este espacio, tan íntimo y personal. Decirle al mundo lo importante que eres para mí. En verdad deseo que estas palabras nos sirvan para estar más unidos hoy y que les sirvan a otros que han se hayan sentido “lejos o desconectados” de su padre, que pueden hacer las paces, que este es un acto que nace del corazón, que podemos hacerlo una y otra vez a lo largo de nuestra vida y que los que ya son padres o desean serlo, puedan modelar en sus hijos un comportamiento sano, de crecimiento, de amistad, respeto, confianza, valor y entereza.
En mis “20” hice varias búsquedas internas, comenzando por la mismísima decadencia y autodestrucción al salir de la adolescencia y luego una más elevada, que me conectó profundamente con la naturaleza y mi espíritu. Asistí a varios retiros de liderazgo, meditación y chamanismo, donde poco a poco fui sanando la amargura y soledad de mi corazón, hasta convertirla finalmente en alegría, regocijo y felicidad. Y si bien aún me siento en el proceso de sanación, puedo ver hacia atrás el camino recorrido, puedo ver mi niñez y decir gracias.
Hace unos días atrás estábamos ordenando una estantería llena de libros antiguos, fotocopias y carpetas con hojas. Entre todo esto encontré una antigua fotografía, donde estabas enseñándome a caminar cuando yo tenía 1 año de edad, aproximadamente. Rápidamente la tomé y la guardé, me fui a otra habitación y lágrimas comenzaron a brotar de mis ojos, un sentimiento profundo y muy real se estaba apoderando de mí. Era una mezcla de tristeza y felicidad que me inundaba y me llenaba. “Mi papá, mi papito”, pensé en ese momento, e incluso ahora que lo escribo, vuelvo a sentirme igual. Una emoción contenida quizás por muchos años. Esto es tan potente, que pensé en compartirlo, al comienzo por redes sociales, pero, realmente elegí darle un espacio en mi Blog, ya que no quiero que se pierda en el devenir de la comunicación digital inmediatista y que pueda obtener cierta permanencia, no sólo por razones terapéuticas, sino que por motivos de trascendencia.
Si esto me ha afectado a mí, también podría estar afectando de igual, menor o mayor manera a otros hombres en este planeta. Y siento un llamado fundamental a compartir esta experiencia con ustedes y que les sirva de la mejor manera en su desarrollo humano.
No quiero centrarme en teorías psicológicas, sobre el desarrollo del autoestima, o de la importancia de sanar las relaciones con nuestra figura paterna y materna, respectivamente. Ya que prefiero que sea un escrito cargado de emoción y de verdad humana. Y que haya un contexto de integración, sincero y profundo.
En este artículo, quiero decirte que me siento conmovido totalmente por esta imagen nuestra, donde me sujetas de los brazos y me ayudas a dar mis primeros pasos. Me doy cuenta, de cómo has continuado haciéndolo, siempre a tu manera, hasta el mismo día de hoy. Quiero decirte que puedo reconocer y ver todo el esfuerzo y el sacrificio que has puesto en el desarrollo mío y de mis hermanos. Puedo ver tu sufrimiento como hombre, puedo ver tus errores, puedo ver tu humanidad vulnerable, y sobre todo esto, puedo ver el inmenso e ilimitado amor que me has dado, hasta el día de hoy.
Quiero honrarte porque quiero que seamos amigos, quiero que te puedas apoyar en mí, quiero me ayudes a crear un nuevo mundo, donde los hombres y mujeres, honran a sus padres y los amen, en donde los padres y madres del mundo, honren y amen a sus hijos, y la sabiduría inmensa del amor, los guíe a tomar las mejores decisiones posibles.
Quiero decirte que te dedico mi trabajo, mi vida, mi legado. Por que, gracias a ti estoy vivo y soy quien soy. Por eso te dedico mis éxitos y victorias. Sé que puedo compartir contigo también mis fracasos, mis metidas de pata y que me escucharás y estarás ahí para mí. Porque tú estás en mi corazón para siempre, estamos juntos, Padre e hijo, amigos, guerreros y hombres sabios y sensibles, artistas, viajeros del mundo interior.
Que este homenaje se impregne en nuestro espíritu, que nos devuelva la fortaleza perdida, que nos llene de energía positiva y poderosa y que se extienda a todos los padres e hijos que por cualquier causa, lo necesiten. Estoy seguro que si todos nos atrevemos a reconocer nuestro dolor y nos entregamos a nuestra vulnerabilidad, es nuestra fortaleza interna la que se maximiza, que reconocer nuestras heridas, sólo nos puede volver mejores. Que la verdadera sanación viene del espíritu indomable, puro, como el de un caballo que corre libre por las praderas. Que con su fuerza interna y su liderazgo natural, se entrega a la vida misma.
Hoy es nuevo día, y el sol nos muestra el camino, hacia el mañana que queramos recorrer.
Te amo Papá.